20 de abril de 2012
Pronunciamiento de los Obispos del Ecuador sobre la minería
Declaración de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana
Quito
Los Obispos de la Iglesia Católica en Ecuador, movidos por nuestra misión pastoral de animar, acompañar y orientar al Pueblo de Dios desde el Evangelio, queremos contribuir a la reflexión sobre las relaciones de los seres humanos entre sí y con el resto de la creación; tarea en la que también están empeñadas varias instituciones y organizaciones civiles, sociales, educativas y religiosas, así como muchos hombres y mujeres de buena voluntad.
De una manera muy especial, nos proponemos ofrecer algunas orientaciones pastorales que permitan continuar con el diálogo sobre la minería en nuestro país, un tema tan delicado, complejo y controvertido.
Para una mejor claridad, indicaremos algunas realidades de nuestro planeta, una síntesis de la visión cristiana de la naturaleza y los compromisos que debemos asumir en el cuidado de la misma.
1. Realidad en la que Vivimos
El planeta tierra es la única “casa” (oikos) grande en donde habitamos más de siete mil millones de seres humanos. De su naturaleza tomamos, tanto los seres humanos como las plantas y los animales, lo necesario para poder vivir, como el alimento, el agua y el aire.
Las distintas culturas, a lo largo de la historia, han aprendido no sólo a convivir con la naturaleza, sino también a transformarla en medios para su subsistencia e instrumentos para su desarrollo humano, científico y técnico.
América Latina posee “una de las mayores biodiversidades del planeta y una rica socio diversidad, representada por sus pueblos y culturas. Estos poseen un gran acervo de conocimientos tradicionales sobre la utilización sostenible de los recursos naturales, así como sobre el valor medicinal de plantas y otros organismos vivos, muchos de los cuales forman la base de su economía”. (V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida 83)
En este proceso, sin embargo, no siempre se ha respetado la naturaleza. Muchas veces, de una manera violenta y hasta sistemática se la ha ido destruyendo, por intereses económicos, políticos o tecnológicos. Esta acción depredadora ha producido, en muchas regiones del Planeta, la desertificación, la contaminación irreversible del suelo, del agua y del aire, el calentamiento global, la destrucción de la capa de ozono, el desplazamiento forzado de poblaciones, ignorando su forma de vida y sus derechos fundamentales. (Cfr. Aparecida 84-85.87. 473)
En este contexto socio-económico y cultural, la historia de la minería metálica (cobre, bronce, hierro, oro, plata…) y no metálica (arcilla, yeso, caliza…) es tan antigua como el ser humano. El uso de los minerales es una constante, basta observar los más diversos instrumentos o productos derivados de ellos que se usan en la vida cotidiana y en las actividades científicas y tecnológicas, tanto es así que hoy sería casi imposible vivir sin su ayuda.
La minería artesanal y la pequeña minería, promovidas por personas naturales, familias o asociaciones, y la minería a gran escala, impulsada y sostenida por los gobiernos y las empresas multinacionales respectivamente, en su mayoría, se encuentran en regiones naturales cerca de los ríos y lagunas, donde residen las comunidades indígenas y campesinas, las cuales presentan un alto índice de pobreza y marginación. Con la explotación indiscriminada del petróleo y la minería, no siempre han mejorado sus condiciones de vida; todo lo contrario, gran parte de la población tiende a empeorar su situación social, moral y económica.
Los conflictos sociales, cada día, son más agudos y numerosos. Muchos de ellos son causados por la insuficiencia o el incumplimiento de las leyes, por el irrespeto a los derechos colectivos, por la división estratégica implantada en las comunidades, por la criminalización de la resistencia de los pueblos, por la promulgación de leyes sin la consulta legislativa previa, por la inexistencia de consultas ambientales o la deficiencia de una consulta libre, informada y oportuna, por procedimientos forzados sin los estudios necesarios, por el desconocimiento de las competencias ambientales de los gobiernos locales, entre otros factores disociadores.
2. Visión Cristiana de la Naturaleza
La revelación nos presenta este mundo en el que vivimos como la obra de Dios. En él se manifiesta su sabiduría, bondad, belleza y poder (cfr. Aparecida 470). “Contemplar la belleza de la creación es un estímulo para reconocer el amor del Creador, ese amor que mueve el sol y las demás estrellas” (Benedicto XVI, Si quieres cultivar la paz, custodia la creación, 2). Dios “creó el universo como espacio para la vida y la convivencia de todos sus hijos e hijas y nos lo dejó como signo de su bondad y de su belleza. También la creación es manifestación del amor providente de Dios; nos ha sido entregada para que la cuidemos y la transformemos en fuente de vida digna para todos… Nuestra hermana la madre tierra es nuestra casa común y el lugar de la alianza de Dios con los seres humanos y con toda la creación”. (Aparecida 125)
Esta concepción teológica deja sin fundamento a la idea de que el universo es sólo un objeto de estudio, una mercancía de compra o venta o un espacio sacralizado e intocable.
Desde esta perspectiva, miramos con honda preocupación cómo la creación es tratada como un objeto de comercio o un botín de guerra. De esta realidad nos dan cuenta las innumerables luchas fratricidas que se producen, con el fin de apropiarse los territorios que encierran grandes riquezas mineras o agrícolas y explotarlos de una manera irresponsable y egoísta.
Con esta actitud se pone en peligro tanto la naturaleza como el presente y el futuro del ser humano y la convivencia pacífica de los pueblos. Pablo VI señalaba que “debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el hombre] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación” (Benedicto XVI, Si quieres cultivar la paz, custodia la creación, 3).
Juan Pablo II, en su mensaje de la Jornada mundial de la paz, en 1990, decía: “En nuestros días aumenta cada vez más la convicción de que la paz mundial está amenazada, también… por la falta del debido respeto a la naturaleza”. El Papa Benedicto XVI, igualmente, afirma: “… aunque es cierto que, a causa de la crueldad del hombre con el hombre, hay muchas amenazas a la paz y al auténtico desarrollo humano integral…, no son menos preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado” (Benedicto XVI, Si quieres cultivar la paz, custodia la creación, 1. 3).
El Beato Juan Pablo II, en 1990, habló de «crisis ecológica». Una crisis que tiene un carácter predominantemente ético y que, por lo mismo, hace necesario un nuevo orden nacional e internacional para hacerla frente. Este llamamiento sigue siendo apremiante. El Papa Benedicto XVI se pregunta: “¿Cómo permanecer indiferentes ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales?... ¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros potenciales, relacionados con el acceso a los recursos naturales?” (Benedicto XVI, ibídem, 4). Los Obispos de Latinoamérica y el Caribe, en consonancia con el pensamiento anterior, también afirman: “desatender las mutuas relaciones y el equilibrio que Dios mismo estableció entre las realidades creadas, es una ofensa al Creador, un atentado contra la biodiversidad y, en definitiva, contra la vida”. (Aparecida, 125)
De la constatación de estos hechos dolorosos surge la necesidad ineludible de proteger la naturaleza de toda forma de abuso y contaminación doméstica o industrial que se dan en todos los campos, especialmente en donde se llevan a cabo las explotaciones del petróleo y de la minería metálica.
3. Compromiso Cristiano
Nuestro compromiso cristiano brota desde la práctica de Jesús (cfr. Mt 6, 24-34) quien, “ante la naturaleza amenazada… nos convoca a cuidar la tierra para que brinde abrigo y sustento a todos los hombres” (Aparecida 113). Igualmente, “el discípulo misionero, a quien Dios le encargó la creación, debe contemplarla, cuidarla y utilizarla, respetando siempre el orden que le dio el Creador”. (Aparecida, 125)
A la luz de estas exigencias, la Iglesia Católica (comunidad y pastores), tiene una responsabilidad ética, espiritual y pastoral que nos lleva a considerar la vida humana como el valor supremo y, concomitantemente, a buscar nuevos modelos económicos, sociales y culturales. De hecho, la moral y la espiritualidad cristiana ponen la vida del ser humano y su dignidad, tanto en su dimensión personal como social, en el centro de los proyectos sociales y ecológicos.Un modelo económico que se base en la dignidad de la persona, en la justicia y en la solidaridad de los seres humanos entre sí y con la naturaleza. Un modelo productivo, innovador e integral que esté al servicio del desarrollo humano en todas sus dimensiones; y que distribuya, de una manera equitativa, los bienes entre todos los habitantes de la “madre tierra”.
Un nuevo sistema social y cultural que privilegie las relaciones fraternas, en un marco de reconocimiento y valoración de las diversas culturas y de los ecosistemas, capaz de oponerse a toda forma de discriminación y dominación entre los seres humanos.
La construcción del sumak kawsay o buen vivir, planteada por nuestra Constitución, y que la entendemos mejor desde el Evangelio, debemos enfocarla desde un real desvelo por crear las mejores condiciones de vida materiales y espirituales para que todas las personas y sociedades intermedias puedan gozar de sus derechos personales y cumplir sus deberes. Sin una política específica de Estado en este campo, se corre el riesgo de que las economías de los grandes consorcios terminen por imponerse como la única forma del dinamismo económico.
A la luz de estas consideraciones, queremos exhortar, de la manera más cordial y fraterna, a las instituciones públicas y privadas, a los peritos y a los técnicos:
— Que respeten la vida y la salud de las comunidades, especialmente de los sectores más vulnerables (niños y adultos mayores), como también la de los trabajadores de las minas.
— Que, tanto en las concesiones como en las fases de exploración y explotación del petróleo y las minas, se ciñan a los procesos legales y técnicos establecidos, como la consulta previa a las comunidades, prevista en la Constitución.
— Que busquen las medidas apropiadas de protección del ecosistema, a partir de los estudios sobre el impacto humano y ambiental y de acuerdo con los requisitos exigidos por el Estado, sin dejarse condicionar por las empresas petroleras y mineras (cfr. Ley de Minería, Art. 78. 84).
— Que informen a la ciudadanía, de una manera clara, sencilla y completa, tanto los beneficios como los perjuicios económicos, sociales y ambientales de la minería, libres de toda presión económica o política, sino únicamente buscando el bienestar de las comunidades cercanas a las minas y de toda la nación.
— Que busquen los modos concretos para contrarrestar los impactos negativos de la explotación petrolera y minera, tales como el deterioro de la salud, el aumento de enfermedades y las afecciones a la flora y la fauna, producidas por los metales pesados, como el arsénico, el plomo, el mercurio…, que se encuentran en el agua y en el aire contaminados.
— Que señalen los modos efectivos para prevenir o afrontar los problemas sociales que, por lo general, se originan en torno a las minas, como la violencia, el alcoholismo, la drogadicción y la prostitución.
— Que tengan en cuenta las experiencias mineras a gran escala de otros países, como Chile, Perú, Costa Rica y Guatemala, con el fin de evitar los grandes errores y tomar sus aciertos, especialmente en lo que se refiere a la prevención de riesgos y al cumplimiento de las exigencias asumidas por las empresas mineras con el Estado, los trabajadores y las comunidades.
Conclusiones
Si bien toda actividad doméstica, artesanal e industrial, de una u otra manera, es contaminante, es indudable que en la minería y en la explotación del petróleo existen mayores riesgos de ser afectados por estas intervenciones, por lo cual las medidas preventivas tienen que ser de máxima seguridad. Por esta razón, el gran desafío para los gobiernos y las empresas mineras y petroleras sigue siendo la extracción de los metales de la tierra sin afectar negativamente la vida del ser humano y de la naturaleza.
El compromiso de cuidar nuestro planeta Tierra nos invita a buscar todos los medios posibles para mitigar los impactos sociales y ambientales de la contaminación de toda actividad humana y, particularmente, de las explotaciones petroleras y mineras, si se realizan sin cumplir con los debidos requisitos legales y técnicos, situación que casi siempre desemboca en tensiones y conflictos sociales.
No se trata entonces de decir un SI o un NO rotundo y acrítico a la minería y a la explotación petrolera, sino de informarse amplia y detalladamente sobre sus beneficios y perjuicios y, luego, tomar decisiones inteligentes, oportunas y valientes, teniendo presente que la vida y la salud de los seres humanos y el equilibrio del medio ambiente son más importantes que todos los metales. Uno de los bienes más preciosos que debemos cuidar, por ejemplo, son las fuentes hídricas; pues, podemos vivir sin oro, pero sin agua, jamás.
Como pastores de la Iglesia Católica, Madre y Maestra de todos los hijos de Dios, queremos ratificar nuestro compromiso de seguir acompañando a las hermanas y hermanos que se ven afectados por los problemas sociales y por los peligros del petróleo y de la minería para su vida y su dignidad, mediante la formación de una conciencia ecológica.
Asumimos, igualmente, la responsabilidad de ofrecer orientaciones éticas claras, planteamientos razonables y la asistencia espiritual, de tal manera que la explotación de los ricos y numerosos recursos naturales que posee nuestro país redunden en un positivo beneficio y en el mejoramiento de las condiciones de vida de las familias y pueblos y del medio ambiente donde vivimos.
+ Antonio Arregui Yarza
Obispo de Guaranda
Presidente de la ConferenciaEpiscopal Ecuatoriana
+ Ángel Sánchez Loaiza Arzobispo de Guayaquil
Secretario General de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana
Mons. Luis Cabrera Herrera, ofm
Arzobispo de Cuenca
17 de marzo de 2012
AMAR LA NATURALEZA
Uno de los grandes temas actuales y que está siendo muy debatido en los distintos espacios sociales, culturales, económicos y religiosos es el de la naturaleza. Un tema que inquieta a sociólogos, antropólogos, políticos, economistas, ecologistas, filósofos y teólogos. En cada uno de estos campos, los interrogantes más comunes se centran en el significado de la naturaleza y en el compromiso que se desprende del mismo.
Significado de la naturaleza
Desde el punto de vista cristiano, el mundo físico, conocido también como universo, cosmos, naturaleza o Pachamama, se nos presenta, principalmente, como fuente de subsistencia, casa de encuentro y símbolo de lo trascendente.
Fuente de subsistencia
En nuestra relación con la naturaleza, descubrimos que necesitamos de ella para poder vivir. Es por esta razón que la comparamos con una madre que nos nutre y sostiene. De ella tomamos los elementos necesarios, como el alimento, el agua, el aire y el fuego, para desarrollarnos no sólo físicamente, sino también psicológica y espiritualmente.
Un tiempo se afirmaba que “la naturaleza puede vivir sin el ser humano, pero que éste jamás sin la naturaleza”. Pero hoy, que se ha tomado mayor conciencia de la implicación de la naturaleza con la vida humana, vemos que estas dos realidades se necesitan para subsistir.
De esta conciencia surge el compromiso imperioso de cuidar y proteger la naturaleza de toda forma de contaminación doméstica o industrial, como también de no explotarla de una manera inmisericorde por razones de lucro o dominación política.
Casa de todos
El universo es el “Oikos” o la casa grande en donde habitamos los seres humanos junto con millones de seres de otra naturaleza. Es la única casa que alberga a personas de diversas culturas, etnias, nacionalidades y razas. ¿Cómo hacer de este espacio común un lugar de encuentro y convivencia fraterna y no de tensiones y conflictos?
¡He aquí el gran sueño y la tarea ineludible para cada uno de nosotros! ¡No es justo que los recursos naturales se transformen en fuente de guerras fratricidas!, como ocurre en distintos países de casi todos los continentes.
Las grandes tensiones y conflictos entre pueblos y personas se dan, justamente, por considerar la naturaleza como un bien exclusivamente económico. Esta ansia desmedida de lucro es la que lleva a muchas personas e instituciones a explotarla irracionalmente sin importarles cualquier forma de contaminación doméstica o industrial.
Símbolo de lo trascendente
La naturaleza no sólo es una fuente de subsistencia y un lugar de convivencia fraterna, sino también un símbolo religioso. El creyente es capaz de descubrir en ella las huellas del Creador, como la grandeza, la sabiduría, la belleza y el poder.
El universo entero, de este modo, se transforma en un canto de alabanza, bendición y gratitud al Creador y, también, en un espacio de encuentro con Él, como fundamento de todo lo que existe.
Esta es una de las grandes intuiciones de nuestros pueblos y lo que da valor y sentido a los rituales que celebran a propósito de la siembra y la cosecha o en el cambio de estaciones o posiciones del sol y la luna. Es así cómo, por ejemplo, las montañas y las fuentes de agua adquieren un valor religioso.
Esta visión del universo como fuente de subsistencia, casa de todos y símbolo religioso se opone, radicalmente, a la concepción del universo como un simple objeto de estudio o una mercancía de compra y venta, como también a considerarlo un dios al que se debe rendirle culto.
Compromiso con la naturaleza
Gracias al asiduo trabajo, a la reflexión e investigación de muchas personas y movimientos ecológicos, hemos ido tomando conciencia de los “derechos de la naturaleza”. Por esta razón, nos es muy común hablar de “justicia ambiental”, que se sustenta en el respeto y en la distribución solidaria de los bienes.
La Iglesia, por su parte, por encima de toda legítima posición política, tiene una gran responsabilidad con la creación y siente el deber de amarla y, por lo mismo, de defenderla como un don de Dios para todos los seres humanos, y sobre todo, de proteger al ser humano frente al peligro de la destrucción de sí mismo.
Esta nueva manera de entender el universo nos impulsa a asumir algunos compromisos muy concretos, como:
Promover una cultura de justicia y solidaridad con la naturaleza. Si no cuidamos la naturaleza, corremos el riesgo de perecer con ella.
Conocer tanto los “beneficios” como los “perjuicios” sociales, ambientales y económicos de la explotación minera. Es importante que los peritos nos digan la verdad en todas sus dimensiones sin presiones ni condicionamientos políticos o económicos.
Proponer nuevos modelos económicos basados en la justicia y en la solidaridad que defiendan los derechos de las personas y de la naturaleza. Los beneficios económicos, por necesarios que sean, no deben prevalecer sobre los valores humanos, como la vida y la salud física y social.
Proteger nuestro entorno de toda forma de contaminación doméstica e industrial, mediante proyectos ecológicos sencillos y prácticos. Las presentes y futuras generaciones debemos sentirnos responsables de todo lo que pasa en la naturaleza.
En conclusión, si queremos que la naturaleza siga siendo la madre que nos alimenta y sostiene, la casa grande en donde habitamos y el símbolo de la presencia de Dios, debemos amarla y defenderla de toda forma de contaminación y explotación irracional.
“La Iglesia del Azuay frente a los megaproyectos mineros”,
encuentro organizado por la Arquidiócesis y la Pastoral Social de Cuenca .
Los objetivos principales fueron: a) Conocer la realidad de la minería metálica en el Azuay y los proyectos en trámite. b) Conocer los conflictos socio-ambientales que han generado los megaproyectos mineros. c) Reflexionar sobre el aporte de la Doctrina Social de la Iglesia al tema ecológico. d) Revisar el modelo de desarrollo propuesto en la Constitución del Ecuador.
Cuidar la casa grande
Mons. Julio Parrilla, Obispo de Loja
El Comercio, 28 Abril 2012
Los obispos del Ecuador le hemos estado dando vueltas al tema de la minería, tanto pequeña y artesanal, cuanto a gran escala. Amantes de la Creación y de la condición humana no podemos vivir de espaldas al debate (o a la falta de debate) que afecta a nuestro pueblo y a nuestras comunidades cristianas. Los conflictos sociales, cada día, son más agudos y numerosos, marcados por el irrespeto a los derechos colectivos, por la criminalización de la resistencia de los pueblos, por la promulgación de leyes sin consulta legislativa previa, por la inexistencia de consultas ambientales a los afectados.
Lo que más duele es ver como la Creación es tratada como un objeto de comercio o un botín de guerra. Por eso el Papa Benedicto -no hace mucho- decía con enorme clarividencia: “Si quieres cultivar la paz, custodia la Creación”. Mal que le pese a gobiernos, transnacionales o explotadores mineros, la Iglesia tiene una responsabilidad ética y pastoral que le lleve a proclamar, a tiempo y a destiempo, el valor y la dignidad de la vida humana y la necesaria sustentabilidad de nuestro planeta. Por amor a Dios y al hombre, nos toca defender un modelo productivo al servicio del desarrollo humano, capaz de distribuir de forma equitativa los bienes de la “Madre Tierra”. Como cristianos nos adherimos al “Sumak Kawsay” que, de forma entusiasta, proclama nuestra Constitución.
Este lindo preámbulo no puede quedar en palabras. Y, aunque en estos tiempos los exhortos no siempre son gratos al poder, quisiera hacer algunas exhortaciones a quien los quiera escuchar: Respeten la vida y la salud de las comunidades más vulnerables, como también la salud y la seguridad de los trabajadores de las minas. Hagan la consulta previa a las comunidades prevista en la Constitución. Busquen las medidas apropiadas de protección del ecosistema y no se dejen condicionar por las empresas petroleras y mineras... Informen a la ciudadanía tanto de los beneficios y de los prejuicios, libres de toda presión económica y política... Busquen el modo de contrarrestar los impactos negativos de cualquier explotación para las personas, la fauna o la flora, y tengan cuidado con el arsénico, el cianuro, el plomo y el mercurio... Y no se olviden de los problemas sociales que se originan en torno a las minas: la violencia, el alcoholismo, la drogadicción, la prostitución...
No se trata de decir simplemente minería sí o minería no, de forma acrítica y superficial, sino de informarse bien y de tomar decisiones inteligentes por parte de todos los actores sociales implicados, La vida y la salud de las personas, así como el equilibrio del medioambiente son más importantes que todos los metales. Podemos vivir sin oro pero sin agua, jamás.
La tierra es la única casa grande que tenemos. Cerca de siete mil millones de seres humanos habitamos en ella. Cuidarla es algo más que hacerla productiva... Es garantizar la vida propia y la de los herederos.
MONSEÑOR ALEJANDRO LABAKA
EN DEFENSA DEL PUEBLO HUAORANI
Realidad y Profecía en CRONICA HUAORANI
Yamanunka, 12 de Junio de 1975:
Discurso en la UPAME – Unión de Pueblos Amazónicos Ecuatorianos.
Los Quichuas, Cofanes, Secoyas,Tetetes y Aucas se desenvolvieron en absoluta libertad por toda la selva oriental y sus ríos principales como son el Napo, Aguarico, Payamino, Coca, San Miguel, Putumayo y la mayor parte de sus respectivos afluentes.
El descubrimiento del petróleo y la consiguiente transformación de la zona ha supuesto para estas tribus la invasión de todos sus territorios, reducción de sus dominios a una mínima expresión, ausencia de medios ordinarios de subsistencia como cacería y pesca, paso a una civilización para la que no se les ha preparado. Y en comparación a las pérdidas, son muy pocas las ventajas que hasta el presente les ha ofrendado el petróleo.
También podemos constatar que es muy poco lo que tanto las instituciones oficiales como particulares misioneras han hecho por ellos y que, por tanto, se encuentran en una situación de marginación. Pág. 117-118
2 – 7 Abril 1979.
Una difícil diplomacia
Todos cuantos se interesan por el pueblo Huaorani y su evangelización han podido darse cuenta de cómo andamos fluctuando en una difícil diplomacia.
La Prefectura Apostólica de Aguarico proclamó oficialmente su postura declarándose a favor de los derechos humanos de este pueblo, proponiendo la postergación de los trabajos petroleros en la zona.
Pero dicha proclamación tuvo muy poca resonancia, y los organismos estatales han seguido urgiendo los proyectos petroleros, dándoles una marcada prioridad sobre las conveniencias y derechos del grupo Huao.
Oficialmente se admite que hay que lograr los intereses petroleros sin lesionar los derechos humanos, pero no existe ningún instrumento legal para poderlo urgir.
Cuanto más se adentra uno en el mundo del petróleo, tanto más se advierte que el mundo Huaorani no cuenta en sus planes. Sólo cuando hay miedo de que la prensa internacional puede jalear el asunto o que los rebeldes Huaorani puedan obstaculizar su labor, se deciden a mezquinar unas pocas migajas: unos vuelos de helicóptero, unos obsequios fáciles y baratos, pero aprovechándose, al máximun, para la propaganda oficial.
En contacto con este mundo pasé las dos semanas en Coca, con la esperanza de potenciar los sentimientos y proyectos en pro de esta pequeñísima minoría sin voz en el gran concierto petrolero. Pág. 128
Motivos de tensión
Debido a las múltiples y complejas coyunturas de la zona y molestias de los Aucas, CGG ha impulsado un ritmo verdaderamente arrollador: cientos de trabajadores, organizados en diversos grupos, atraviesan la zona en todas las direcciones y los helicópteros atraviesan los aires con sus incesantes vuelos de aprovisionamiento de alimentos y traslado de personal. Esto ha alejado la cacería, principal fundamento de subsistencia del pueblo Huaorani, produciendo en ellos ansiedad y fastidio por el futuro incierto. Por otra parte, se comentan en voz alta en todos los grupos ciertas imprudencias o provocaciones maliciosas cometidas por algún grupo de trabajadores. Pág. 139
Comisión de Tierra Nº 27
Departamento de Pastoral Indígena
Mayo 2012
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